CAPÍTULO 1:
Usaré el término prostituta sólo con fines narrativos. Desde hace muchos años se ha dejado de emplear por su connotación peyorativa, actualmente se emplea el término trabajadora sexual.
Hace muchos años que mi historia laboral por estas calles y el mundo de la prostitución se fue, desapareció. Y si trato aquí de describirlo todo es con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar lo que a uno le fue tan significativo, lo que lo hizo madurar y apreciar otros matices de personas, lugares y situaciones. Tener una experiencia como esta es algo que cualquier mortal podría ufanarse y tener el privilegio de decir que la vivió de manera directa.
PROSTITUTAS DE CALLE: PATINANDO POR LAS GRISES VEREDAS DEL DESENCANTO
Las prostitutas de calle son llamadas por ellas mismas, y en sus propios códigos, como "patinadoras", porque transitan de ida y vuelta las casi siempre oscuras y desoladas calles o avenidas en las que han establecido sus variados campos laborales. Son mujeres que pertenecen al viento y son llevadas de un lado a otro por las frías noches y agrestes hoteles. Algunas desorientadas y sin rumbo; otras, emancipadas a la suerte varía; y otras, oponiendo una lucha tenue al destino. Pocas, sin embargo, poseen una brújula eficiente que las dirigen a lúcidos puertos en busca de ventura, son mujeres de mejor aptitud, militantes del viejo consejo de que los caminos se hacen al andar.
La gente común las vocifera “callejeras”. Y a diferencia de la idea estereotipada que se tiene de ellas como mujeres seductoras por su vestimenta y actitud, no lucen maquilladas ni vestidas de manera llamativa. Mientras más se puedan confundir con las mujeres no prostitutas, mejores serán sus posibilidades de seguir trabajando sin inconvenientes: sin el desprecio social ni la persecución policial.
Las prostitutas de calle transitan por la vía del desencanto bordeando arbustos grisáceos, dejando atrás flacos postes de luces pálidas, miradas curiosas, eludiendo automóviles y apurando su sombrío caminar en medio de una noche envuelta en un marco de desesperanza y desconsuelo. Siguen el sendero gris que las lleva a no meditar porque es necesario desconectarse emocionalmente un momento de la realidad para que los recuerdos del pasado familiar no se infiltren en su actividad cotidiana.
Alguna vez una persona me preguntó ¿cómo se puede trabajar con mujeres así? Puede sonar despectiva su pregunta, pero no es así. Tampoco debemos ser susceptibles. Es una interrogante válida y que cualquier persona la tiene en mente. Los estereotipos y moldes son duros de romper. Persisten al tiempo. Le contesté que sólo podemos conocer algo bien cuando domesticamos nuestra curiosidad y formamos un vínculo fuerte en dirección a lo que necesariamente debíamos conocer, dejando al margen esa curiosidad morbosa que satisface exclusivamente nuestros impulsos. Si se le mira a una prostituta como mujer y no por la actividad que realiza las cosas resultan mucho más fáciles, más sencillas, menos sesgadas, más lúcidas, menos torcidas.
Intentar acercarnos a esta población en sus propios campos laborales constituía un serio desafío, ya que teníamos incertidumbre sobre cómo nos recibirían y cuál sería el grado de aceptación. A lo mejor sentirían que invadíamos su espacio y ello no estaba para ser tolerado. La confianza ganada por nosotros en nuestros refugios laborales (me refiero a los Centros Antivenéreos) podría ser un factor clave, pero también podría resultar incongruente con la posibilidad de verlas en su otra faceta: la de prostituta, la que no veíamos en el día a día del trabajo y la que quizás ellas tampoco querían mostrarnos.
Decidimos el acercamiento a esta población y la realizamos en primera instancia tratando de conocer por lo menos a una trabajadora de la zona o calle elegida para la intervención educativa. A esta trabajadora la denominábamos “contacto”. Dicho conocimiento se lograba en la etapa previa de recolección de la información cuando eran llevadas a los Centros de Salud en operativos policiales (me refiero a las famosas “batidas policiales”) que nos daban la oportunidad de conversar con ellas, ganarnos su confianza, ellas la nuestra, y poder hacer un litado de lugares de prostitución clandestina. Estas “batidas” se realizaban con distinta frecuencia, por las distintas delegaciones policiales de Lima y Callao y por las distintas motivaciones provenientes de los salvaguardas del orden.
Cuando se conocía el nombre de la "contacto" se le proponía la idea de acudir a sus lugares de trabajo en horas “punta”, es decir, en el momento donde estuviesen la mayoría de ellas en la zona para brindarles información preventiva sobre las ITS, repartirles folletos y condones, compartir un café y escuchar sus preocupaciones y dificultades. Esta propuesta siempre fue recibida con interés por ellas. En los casos en que llegábamos a una calle nueva y no conocíamos a nadie, nos presentábamos como personal de salud del Centro, y aunque algunas veces encontrábamos algunas tenues resistencias estas terminaban derrumbándose ante la necesidad de información, de escucha, confianza y atención.
ALVARO GARCIA CORDOVA
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