En la particular escala de jerarquía de las distintas modalidades de prostitución, la calle ocupa el último lugar.
Las prostitutas de calle de los niveles medio-bajo y bajo, en su mayoría, se identifican con su actividad y manifiestan que lo hacen por necesidad ya que tienen que mantener a sus hijos y/o demás familiares. Tienen un horario establecido de trabajo que lo cumplen como en cualquier otra opción laboral. Es el caso de las prostitutas de la calle Cochrane que trabajan de lunes a sábado de 7 ú 8 de la noche hasta las 12 ó 1 de la madrugada. El descanso dominical es sagrado y necesario para reponer las energías y evitar el hastío natural del trabajo. En estos dos grupos hay una mayor cohesión de grupo y se establecen vínculos amicales algo más sostenibles que en otros niveles.
Las prostitución del nivel medio-medio hay cierto grado de identificación con la actividad que realizan aunque también se presentan otras motivaciones y otras características. Algunas refieren que lo hacen por distracción, por "vacilón", para mantener posiciones socioeconómicas altas o estilos de vida solventes. En este nivel se realiza la actividad con mucha menor rigidez horaria y de manera más eventual. Aquí podemos ubicar a las prostitutas de las avenidas Universitaria, Larco y Chinchón. Las cuales pueden trabajar determinados días y horas ya que el termómetro que indica cuánto trabajar es su cuota de clientes y la durabilidad del dinero. Cuando el dinero se escabulle de sus manos vuelven a las andanzas.
La cohesión de grupo es casi inexistente, hay una visión más individualista de su trabajo con objetivos más personalistas e inmediatos. Es común que estas mujeres trabajen, también, en otras modalidades como por teléfono o por aviso en los periódicos.
En la avenida Universitaria, cuadra 20, se teje un estilo típico de prostitución de nivel medio. Aquí podemos encontrar una cantidad reducida de mujeres, entre 6 y 8 solamente. Su apariencia física es mucha más atractiva que en otros niveles; su atuendo proviene de algún centro comercial de moda y no de la tugurizada Gamarra; su actitud es más desenvuelta; se encuentran camufladas alrededor de un kiosco de periódicos y de una carretilla de una emolientera. El lugar es estratégico ya que en la esquina se encuentra ubicado el Hotel “Paraíso”, y aunque el personal de dicho hotel niegue que ellas ingresen a su hotel, su acceso al mismo es inminente. Sus clientes son una especie de románticos piratas intentando navegar en un mar de asfalto gris por un bocado de placer en una cama tibio de un hotel discreto.
Cuando clasificamos la prostitución callejera en niveles socioeconómicos casi nunca nos referimos a otro tipo de prostitución que se nutre de la miseria, que convive con lo lumpen y que constituyen verdaderas cloacas. En la Plaza Unión , en Lima, existe un grupo de mujeres por encima de los 55 años que ejercen la prostitución callejera en horas de la noche. Ese lugar es conocido como el “Anticuario”. Lo componen alrededor de 15 a 20 prostitutas desahuciadas por la misma prostitución. Sus grises y anodinos clientes lo componen: borrachos, vagabundos, consumidores de drogas, delincuentes, que por unos cuantos soles pueden, de manera animalesca, intentar satisfacer sus instintos. Y es que la prostitución tiene un lugar y un momento en la vida; cuando se cruza el límite, a veces, no queda lugar para un mero intento de cambio; la prostitución coge, absorbe, consume y bota, al final, lo que ya no le sirve.
Es difícil y penoso indagar qué es todavía lo que las lleva a la Plaza todos los días. Lo único que puedo recordar cuando estuve cerca de alguna de ellas fue sentir el débil latir de su corazón como el de un ave mansa acribillada por las escopetazos. Me pareció que eran mujeres que se habían hundido en un profundo abismo sin que fuera posible hacer nada para rescatarlas. El atardecer transcurre muy de prisa y la noche aparece de pronto. Hay ocasiones en que la vida por compasión se debe detener para que ese gran teatro de la miseria se repita lo menos posible.
Estas mujeres trabajan hasta las primeras horas de la madrugada, y siempre solas: solas consigo mismo, solas por los clientes. En fin, se puede estar sola en la calle y también se puede estar sola entre tantos hombres.
El azar – la buena y mala suerte – no existe; la casualidad es solo un seudónimo que Dios no ha querido firmar con su nombre. Muchas de estas mujeres pueden maldecir su mala suerte, y si bien esto les permite atenuar su débil estado emocional, no tienen la capacidad de reconocer que ellas también son responsables de su destino.
Algunos autores señalan que la prostitución callejera puede ser parte de un proceso de transición hacia un nivel más formal como puede ser el prostíbulo, un bar o un salón de masajes. Nuestra experiencia nos hace dudar de este planteamiento porque hemos podido apreciar a prostitutas de calle con muchos años en esta modalidad. Creemos, por lo tanto, que no constituye, necesariamente, un proceso de transición, sino una forma de trabajo más independiente, más informal.
ALVARO GARCIA CORDOVA