miércoles, 30 de noviembre de 2011

SALÓN DE MASAJES: DE LOS MASAJES AL INTERCAMBIO SEXUAL

Los salones de masajes se remontan a los finales de los años setenta e inicios de los ochenta. Durante este tiempo estos locales se dedicaban literalmente a lo que su nombre indica: dar masajes exclusivamente a caballeros.  Esta modalidad empezó con muchos bríos y tuvo un creciente auge en distritos como Miraflores y el centro de Lima en donde se convirtió en una moda creciente, y donde banqueros, hombres de negocios y caballeros estresados iban para buscar momentos de relax.

Años más tarde estos salones fueron girando su rumbo. Los dueños de los mismos le fueron dando otro matiz que involucraba destrezas referidas a brindar placeres más carnales; que si bien relajaban ya no eran tan asexuados.  Se da origen, entonces, al famoso “manual vital” donde el cliente no sólo recibía complacientes masajes con talco o crema, sino que de “yapa” recibía de la anfitriona de turno una relajante masturbación. 

Esta modalidad empezó a tener indudablemente más apogeo que su original antecesor porque constituía una forma solapada y de aceptabilidad social de poder tener encuentros sexuales con una prostituta o “anfitriona”, y no la penosa imagen de acudir a un prostíbulo. En estos salones de masajes la anfitriona recibía el 20% de la ganancia por el masaje, mientras que por el servicio sexual recibía la totalidad del dinero. Las habitaciones donde se daba este servicio eran grandes, íntimas y, según algunas referencias de mujeres que trabajaron en esa época, eran como habitaciones de hostales, con baño incluido.  A los finales de los ochenta e inicios de los noventa se dio inicio a lo que hoy caracteriza un salón o centro de masajes: dejar de brindar masajes y ofertar un explícito intercambio sexual. 

Por ello existe una gran diferencia entre aquellas mujeres de los ochenta con las actuales. Mientras las mujeres de ayer se relacionaban con otro tipo de gente, la totalidad del costo del servicio era para ellas y laboraban en lugares limpios; las mujeres de los salones de masajes de hoy en día pasan noches solitarias en casas vacías, invadidas de penas, fragmentadas de dolor. Tienen la certidumbre de que un golpe de suerte cambiará su vida: que un príncipe azul que las saque milagrosamente de allí, como una especie de lotería donde ese día ganó el premio mayor.

Al repasar las historias de vida de estas mujeres encontramos al cinismo disfrazado de humanidad: un padre alcohólico y/o abusador, una madre impávida y cómplice, hermanos anodinos, un truhán por enamorado rodeando sus vidas. En esta gran cofradía del fracaso han tenido que sobrevivir de cualquier manera, pero la disposición de brindar afecto nunca se ha extraviado. Sin duda, es necesario equilibrar la tristeza con la esperanza, el dolor con la suavidad de una sábana límpida y la pesadilla transformada en sueño de paz.

ALVARO GARCIA CORDOVA

lunes, 7 de noviembre de 2011

VEREDAS DE TRISTEZA

El abordaje educativo en esta población consistía en buscar a la “contacto”, para que esta, a su vez, convocara a la prostituta líder de la zona y esta al resto de sus compañeras. Una vez reunidas procedíamos a presentarnos y plantearles los objetivos de nuestra visita, garantizándoles siempre una total confidencialidad.  El segundo paso consistía en evaluar las condiciones de seguridad de la calle y el factor de distractibilidad de la misma.  Si la zona elegida no reunía los requisitos de seguridad y permitía la fácil distracción, las invitábamos a la móvil educativa para que dentro de la misma se les brindara la información correspondiente con la ayuda del rotafolio, folletos, condones y el trato cálido que ellas merecían. Esta actividad duraba de 30 a 45 minutos dependiendo de la disponibilidad de las trabajadoras que eran las que al final marcaban la pauta de tiempo a emplear.

En los niveles socioeconómicos más bajos se pudo comprobar una mayor aceptación y expresión de afectividad a nuestra intervención, se expresaban con frases como: "Gracias doctorcito" y "No nos olvidaremos de ustedes", lo que evidenciaba la necesidad que tienen ellas de ser aceptadas, reconocidas y estimadas. Además, este grupo manifestaba mayor confianza en realizar preguntas, consultas y solicitar condones que en los niveles más altos.

Por el contrario, en los niveles socioeconómicos más altos había mayor frialdad afectiva, sentimientos de vergüenza al aceptar los condones y resistencia a hablar sobre prácticas sexuales y prevención de las ITS. Había una evasión inicial al personal de salud y una relación más cortante, no invirtiendo mucho tiempo en informarse o preguntar por temas que le preocupan o desconocen. 

Uno de los grandes obstáculos del trabajo preventivo que realizamos con esta población fue sin duda la propia policía nacional. Recuerdo que una noche, alrededor de la 1 de la madrugada pudimos reunir a más o menos 20 prostitutas en la Plaza Manco Cápac y con rotafolio en mano, el frío en los huesos y la calidez de nuestras especiales oyentes iniciamos nuestro ritual educativo. A los 20 minutos de iniciado nuestra actividad se nos acercó un miembro de nuestra gloriosa policía para preguntarme qué hacíamos. Le contesté que pertenecíamos al Ministerio de Salud y que estábamos realizando un trabajo de prevención del Sida. Me dijo que no había ningún problema y que podíamos continuar. Todo cambió cuando 15 minutos después, ante el estupor de todos nosotros, ingresaron a la Plaza 4 patrulleros cerrándonos el paso por todos los lados disponibles para una posible y supuesta huída.  Me acerqué al mismo oficial para preguntarle qué significaba todo ese despliegue impresionante de autos en movimiento y circulinas frenéticas.  Me indicó que no me preocupara, que conmigo no era, que podíamos terminar nuestro trabajo, y que luego ellos se llevarían a todas nuestras “protegidas”.  Le señalé que él mismo me había dicho que no había ningún problema, que podíamos realizar nuestro trabajo y, por lo tanto, no entendía lo que estaba pasando.  La necedad por conveniencia de estos tipejos disfrazados (me refiero a estos solamente y no a toda la policía) fue suma. 

Así es que no me quedó otra alternativa que tragarme el orgullo y la sensatez y empezar a tejer toda una historia de drama y súplica, diciéndole que nosotros las habíamos recogido de diversos sitios y las habíamos reunido en la Plaza por la comodidad de ella – luz y bancas disponibles – y que, por lo tanto, nosotros éramos los únicos responsables del supuesto desorden y quiebre de las normas.  Insistí tanto como nunca lo había hecho en mi vida. Fallarle a estas mujeres que habían depositado toda su confianza en nosotros era algo que no lo podíamos permitir.  Insistí y volví a insistir. Finalmente, los ruegos tuvieron éxito. Nos permitieron llevarlas fuera de la Plaza y nos prometieron no detener a ninguna. Me imagino que más de una mueca de rabia, más de un bolsillo triste y un orgasmo perdido habría pasado por la cabeza de más de uno de ellos: los oficiales del orden… y por qué no, del desorden también.      

Estos sucesos los tratábamos de controlar tomándolos de buena manera, como una realidad que nosotros no íbamos a cambiar jamás.  Lo bueno que pese a todo ello nunca nos hicieron dudar de lo que hacíamos, y menos abdicar a la realización de este trabajo en el habíamos cifrado muchas esperanzas. Al final, lo único que sí nos importaba era la aceptación de ellas a nosotros y el trabajo que hacíamos en conjunto.  

En la Plaza Manco Cápac la realidad no es tan distinta como en el Callao.  Es algo más digna, eso sí, pero siempre vulnerables al reproche y miradas furtivas de pies a cabeza. Aquí, las mujeres prostitutas se encuentran paradas en la Plaza como si esperaran algún amigo, viendo las noticias de los periódicos en los kioscos para estar actualizadas, o viendo las horas alejarse de un futuro distinto. Podemos encontrar a una mujer esperando la llegada de un fugaz cliente, conversando con un emolientero o con otra compañera de largas jornadas. Podemos encontrar mujeres con sus hijos para hacer menos solitaria su labor, y más solapada se presencia allí.  Son mujeres que podrían claudicar fácilmente, por ello necesitan variados consortes para darse valor y afrontar la realidad que día a día con mucha pujanza enfrentan. Desde la mañana se encuentran ahí y se quedan hasta la media noche. Al medio día un menú de tres soles aplaca el hambre, un emoliente a golpe de las 6 de la tarde humedece sus gargantas.

La soledad de la calle les permite a las mujeres de la plaza reflexionar y darse cuenta que una no es bastante, que se les escapa el alma por las ventanas de los hoteles, que su corazón se llena de escarchas y que los únicos besos que dan son para el viento. Definitivamente la soledad de ellas es una estación de madrugada, la maldita desesperanza de los sueños que no son para dos, sino para una multitud. Ella no tiene sus propios sueños ella es parte de los sueños y fantasías del resto. Su presencia atiza las hormonas masculinas, pero nadie cumple sus ilusiones.

La vida de ellas es como un juego de niños de buscarse y encontrarse; el problema es que nunca, o casi nunca, terminan encontrándose. Los únicos arpegios que escuchan son las bocinas de los carros, los gritos de los heladeros, la voz ronca de los niños lustrabotas y los pregones de los vendedores de la tradicional “revolución caliente”. Las únicas visiones que tienen son los ceros de los billetes, los nombres de los hoteles, la sonrisa necesaria de sus compañeras. Y aunque parezca extraño los afectos que más reciben y sienten provienen de sus inseparables clientes.

Encontrar prostitución en la calle es fácil para quien ha aprendido a distinguir sus peculiares códigos. Podemos encontrarla en calles, parques o zonas comerciales. Pero encontrarla en la esquina de alguna entidad pública que la reprime es un contrasentido. Pero en nuestro país esto ya no debería sorprendernos, pero sí nos debe seguir indignando. En la zona del Callao en la cuadra 2 de la calle Constitución  se encuentra la Prefectura del Callao. En su esquina con la calle  deambulan unas cuantas mujeres dedicadas a la prostitución a vista y permiso – o mejor dicho, tributo – de nuestros oficiales, defensores de nuestra seguridad ciudadana. También se les puede ubicar en un pasaje, a media cuadra de la iglesia Matriz. Es extraño porque se entremezcla lujuria, puritanismo y represión.

El tiempo pasa y es difícil volver el tiempo atrás. Estas mujeres atiborradas de problemas se han dedicado a este oficio hace un manojo de años. Un calendario viejo y deshojado trae, sin permiso, el recuerdo de la horrible época en que ellas ingresaron a ese lúgubre sub mundo. No sabían que toda la alegría iba a marchitarse en esos años de horror. Años que han quedado amontonados en el desván de los peores recuerdos. La tristeza, afortunadamente, casi nunca es eterna. Cuando se dilapida la felicidad envuelta de hollín se busca entre las cenizas un candil con el cual iluminar sus moradas. Así es la vida, la sociedad está hecha para los más capacitados, y también porqué no para los menos discapacitados

Los recuerdos se fijan en la memoria como tatuajes imborrables. Ella, “Mocha”, recuerda como si fuera ayer el corazón de la prostitución callejera, Cailloma cuadra 3, en donde se inició y en donde nació como mujer y como puta. Y “Mocha”, me confiesa que sus penas fueron reparadas por los pequeños logros que consiguió en este transitar callejero: “Pepito”, su hijo menor, culminó el colegio; se compró un televisor nuevo; se fue de vacaciones a Huacho para ver a su mamá.  Pero llegó un jueves cualquiera y volvió a las calles, a seguir patinando por las grises veredas del desencanto.

ALVARO GARCIA CORDOVA